image

5 horas en Mendoza

Para descubrir el encanto de la ciudad más importante de Cuyo, no hace falta viajar hacia sus montañas y rutas del vino. Quienes cuentan con poco tiempo, tienen un recorrido citadino tan rico como genuino. 

Siglos después de que los Huarpes llegaran a estas tierras exiliados desde el norte bajo el rigor de los Incas, y tras siglos de incesante trabajo de ellos y los colonos, contemplar hoy la ciudad iluminada desde la cima del Cerro La Gloria toma un significado especial.

 

Ese inmenso mar de pequeñas lucecitas representa el triunfo del hombre frente a la inclemencia del desierto; una victoria inalterable que hace rebasar de orgullo a cada uno de los mendocinos.

Cobijada por una larga caravana de montañas y picos nevados que se mezclan con las nubes, la ciudad de Mendoza se levanta sobre un extenso valle recostado a los pies de la Cordillera de los Andes, constituyéndose como el centro económico, político y cultural más importante de la zona de Cuyo.
Quienes tras una reunión de trabajo tengan una tarde libre, no tiene porqué hacer tiempo en el hotel ni en la confitería del aeropuerto.

 

Un sinfín de visitas esperan sin salir de la ciudad de Mendoza.
El primer acercamiento podría comenzar en la Plaza Independencia, la más importante de la ciudad, cuyos caminitos de piedra que parten desde cada una de las esquinas van esquivando las palmeras para reunirse en el centro del parque y ofrecer el ya clásico espectáculo de las aguas danzando frente al monumento a San Martín. Bañados por la frescura del rocío que arrastra el viento, algunos bancos de madera que se acercan a la fuente aprovechan la sombra de los árboles. Debajo del parque, dos amplios ambientes subterráneos albergan al Museo Municipal de Arte Moderno y al Museo Julio Quintanilla, que suelen ofrecer exposiciones de pintura y escultura de artistas mendocinos.

 

Tras un paseo por este corazón céntrico, una taza de café en la señorial terraza del hotel Hyatt (antiguamente el Hotel Plaza) es imperdible. (parrafo destacado)
La segunda hora libre bien podría tener lugar en el Parque San Martín, situado a escasos 2 kilómetros del centro. Su mayor atractivo es el Cerro de la Gloria, que con el aroma de los eucaliptos suspendido en el aire ofrece desde sus distintas márgenes las más emotivas panorámicas de la ciudad. En la cima, montado sobre una base de roca que recrea el escabroso relieve cordillerano, se muestra un inmenso monumento en memoria al Ejército de los Andes, realizado por el escultor uruguayo Juan Manuel Ferrari. Allí, el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas expone, además de fósiles, vasijas e instrumentos musicales indígenas, una momia desenterrada en Panquehua (Mendoza).
No muy lejos de allí, la zona fundacional sobre la que se asentó originariamente la ciudad también amerita un paseo. A escasos diez minutos del centro, la enorme plaza Pedro del Castillo representa el antiguo corazón de la ciudad colonial de Mendoza. Hoy, impregnada de cierto aire europeo, se presenta extremadamente detallada en la limpieza de sus floridos paseos y en el cuidado de su exuberante arboleda. En uno de sus extremos, el Museo Fundacional se encarga de resumir entre pinturas rupestres y excavaciones arqueológicas, la historia de la ciudad. Originariamente, esta edificación se levantó en 1749 para cumplir la importante función de Cabildo que desarrolló hasta su destrucción con el terremoto de 1861.
Por último, antes de dirigirse al aeropuerto, no hay que dejar de probar algo de los mejores sabores cuyanos. Si lo que se busca es alta gastronomía lo mejor es dirigirse a Siete Cocinas, donde se puede disfrutar de un menú de varios pasos. La otra chance, más informal y rápida pero igual de sabrosa, es Fuente y Fonda, con platos típicos hogareños y un ambiente sumamente amigable. Ambos quedan en el centro de la ciudad. Desde allí, un taxi hasta el aeropuerto toma alrededor de media hora.

 

Nuestro City tour te lleva a conocer todos los lugares que se ponderan en esta nota, prendete a recorrer Mendoza con nosotros!

 

Fuente: Cronista Comercial, por Giorgio Benedetti