Una tarde de noviembre atravesamos Punta de Vacas al sur hacia la Quebrada del Tupungato, esclavizados por el peso de nuestras mochilas. Ahí dentro, apretadas, van todas nuestras necesidades y libertades…
Buscamos una montaña que se esconde entre barrancas de piedra, avalanchas del invierno y flores primaverales.
Hasta Punta de Vacas llegaba en una época el ferrocarril y el ganado comenzaba su travesía a pie para cruzar las montañas del oeste. Pero la historia del lugar se pierde en los tiempos.
Atravesando el puente sobre el Río Cuevas, se cruza una pampita ventosa cubierta de sendas, pircas y antiguos corrales.
Aquí se superponen huellas de siglos. Montículos de piedra apuntando quien sabe a que lugar del universo. Sendas indígenas transitadas por arrieros. Pirqueados inmemoriales que parecen armados ayer. Espacios planos custodiados por las mismas piedras que alguien una vez se tomo el trabajo de apartar, quien sabe para que….
Que significado tiene en realidad esta planicie nivelada por las aguas de la ultima glaciación ?
Estamos en una extraordinaria puerta geográfica. Desde aquí podríamos pasar hacia el sur y desafiando las aguas torrentosas encontrar el Tupungato y el Tunuyán. O podríamos caminar hacia el norte, a las entrañas de las montañas, a las planicies donde nacen caudalosos ríos de San Juan. Hacia el oeste, a los fértiles valles aluviales que caen al mar. O volver al este, a largos y desérticos valles enclavados entre montañas, a la pampa argentina.
Refugio Río Blanco
Hace un siglo un aluvión bajó por el Río Tupungato. Aunque eso había pasado antes, nadie esperaba la catástrofe. Las leyendas eran cosas de viejos y las huellas … nadie supo leerlas.
La pared de agua se llevó las estaciones del tren, los corrales, los puestos, las casas, las vías del ferrocarril. A su modo reestableció el (des)orden entropico en esas montañas.
De donde venía el aluvión? Desde hacia siglos el agua liquida y el agua sólida libraban batallas periódicas. Esas peleas entre los elementos inertes eran todas iguales: el hielo comenzaba a avanzar hasta cortar el paso al agua. Parecía que se imponía porque el agua nunca reaccionaba, se limitaba a esperar. El paisaje se ablandaba, perdía su aspereza, precipicios y riscos quedaban bajo un hermoso lago de aguas turquesas. Pero en algún momento el hielo se quedaba sin fuerzas y todo terminaba muy rápido: en un instante el lago se convertía en una atronadora avalancha liquida y en pocos minutos el agua recuperaba los años perdidos.
Los hombres asustados trabajaron dos veranos, 1936 y 1937, porque en inviernos las cosas se ponían imposibles. Levantaron 6 centinelas de piedra y los llamaron Refugios Río Blanco, Chorrillos, Taguas, Polleras, Toscas y Plomo.
El refugio Río Blanco nos recibió ventoso y sombrío. Amontonamos leña, prendemos fuego y perdidos en la charla intrascendente nos dormimos.
Valle del Río Blanco
Tempranito dejamos el valle del Río Tupungato rumbo al oeste siguiendo la costa del Río Blanco, que cae endiablado, atronador.
Aunque son días luminosos todavía el sol no ha conseguido lugar en la profunda quebrada. De golpe el río desaparece debajo de las avalanchas del invierno. Una docena de vacas asustadas insiste en caminar delante nuestro alejándose de los pastos, hasta que atropelladamente encuentran salida en una empinada pendiente de nieve desde donde nos miran obtusas, implorantes. Ahora que hemos dejado de arrearlas, están a punto de seguirnos….
Enseguida el valle se ensancha, el Río Blanco reaparece calmo y el sol entibia el suelo. Voy recogiendo y mascando hojas amargas que crecen entre las humedades del deshielo.
El que quiera recorrer estas montañas tiene que conocer un secreto: las montañas mendocinas son montañas de Noviembre. Ni de Octubre, ni de Diciembre, ni de otoño, verano o invierno. Son montañas de Noviembre.
El Arroyo Potrero Escondido
La quebrada del Potrero Escondido es un “valle colgado”. Milenios atrás el glaciar del Río Blanco tenía unos 300 mts. de profundidad y su afluente helado del Potrero Escondido lo interceptaba allá arriba. Aunque en esa época no se notaba, el fondo del valle afluente estaba 300 mts. mas alto.
Hoy que el hielo se ha derretido nos toca salvar esos 300 metros por un desnivel cubierto de roca suelta y arbustos. En Mendoza los acarreos han sepultado todo. Aquí, si la roca suelta no las hubiera disimulado, las formas y paisajes serían “Alpinos”. Pero últimamente – por lo menos los últimos 10.000 años – el clima ha estado medio seco. Piedra que se soltaba desde las barrancas rocosas, terminaba amontonada en los laterales del valle, porque los arroyos no tenían fuerza para arrastrarla.
El Cerro Piramidal
Medio atragantados por el esfuerzo miramos hacia la empinada montaña que hemos venido a subir. Caras planas separadas por aristas diagonales que van a juntarse en una cumbre aguda. Todo sería muy simétrico si no fuera por una perezosa pendiente cumbrera que hacia el norte se ha negado a perder altura y genera un pico secundario.
El tiempo ha cambiado, después de unas rachas se ha puesto mas fresco. Esa tarde la caminata termina en el momento justo. Acampamos sobre la ultima mancha de pedregullo que aflora en un mar de nieve. Hemos dejado atrás poderosas barrancas de roca roja y en adelante todo el paisaje es blanco. En nuestra pequeña isla, conseguimos encender fuego detrás de unas piedras. Algunos pájaros desconfiados esperan que terminemos el festín de mate con masitas para comerse las migas.
Los mares del pasado
Temprano el sol nos arrastra a la caminata. Dejando una larga senda sobre la nieve nos acercamos a un murallón rocoso que prematuramente cierra la quebrada. Un accidente geológico extraordinario se ha interpuesto y divide el valle. Desde el farallón rocoso, alto de 400 metros, cuelgan libremente estalactitas y cascadas heladas.
La muralla tiene un solo punto débil: sobre la derecha las aguas han rectificado la pendiente trazando un profundo cañón. Para nosotros tiene un aspecto poco tranquilizador porque presenta resaltes de hielo y nieve.
Hace decenas de millones de años, en un mundo que ya no existe, estas tierras fueron costa del océano primitivo. A veces el mar avanzaba, a veces se estabilizaba, para luego retroceder y avanzar una y muchas veces. Cada período duraba millones de años. Sedimentos gruesos, arena, cantos rodados, fósiles, barro, se iban depositando lentamente.
Nuestra escalada es un viaje en el tiempo: aunque ascendemos lentamente, cada metro de roca que escalamos nos acerca cientos de miles de años al presente. Al terminar el desnivel hemos dejado atrás 50 millones de años …
Un cielo sin nubes sigue acompañándonos. Nos turnamos en la sacrificada tarea de abrir huella en la nieve blanda. Acampamos al pie de la siguiente muralla rocosa. En adelante debemos “fabricar “ agua derritiendo nieve.
Un valle sin nombre
Durante la noche, silenciosamente, un ejercito de encapuchados ha surgido de la nada y nos ha rodeado. Heladas, agudas, tupidas nieves penitentes se interponen a nuestra ambición de subir montañas.
Todo es culpa del sol. El es el padre de estos monstruos ! Estos parajes son únicos. Solo aquí consiguen germinar y crecer tan bien estos demonios. En otras tierras la radiación cae demasiado vertical o demasiado oblicua. Un día de primavera la nieve aparece dividida en inocentes surcos, como recién sembrada. En pocas jornadas las líneas se profundizan, y empiezan a separarse y si el clima acompaña pronto se transforman en hileras de agudas torres heladas. Con cielos diáfanos los penitentes crecerán aceleradamente tapizando las montañas como un apretado cepillo de agujas de hielo.
Desarmamos el campamento, ordenamos, empacamos y partimos. Tenemos la ventaja de recibir los primeros soles del este. La pendiente aumenta y debemos pasar algunas grietas heladas. En unas horas nos asomamos a un alto e insospechado valle que se abre transversalmente formando una monumental letra “T”. Este es un mundo blanco, apenas ondulado, absolutamente silencioso.
Acampamos al amparo de paredes de hielo azul, dedicando el resto de la tarde a reponer el agua que han perdido nuestros cuerpos. Cuando el sol se esconde la temperatura baja de golpe y no queda mas remedio que seguir nuestras charlas vacías dentro de la carpa.
El Cerro Piramidal del Potrero Escondido
Temprano despierto a mis amigos, hoy perezosos. Mientras el calentador derrite el hielo para el desayuno, uno intenta calzarse varios pares de medias, pantalones y guantes, untarse la cara con crema, llenar los bolsillos de caramelos, colocarse zapatos dobles, polainas, varios gorros. Como los tres participamos simultáneamente de la escena, el pequeño espacio esta continuamente cruzado por manotazos y patadas sin que – milagro – el calentador provoque un incendio ni la pava se vuelque.
Cuando por fin salimos hacia la cumbre todavía hace mucho frío. Un santuario helado, silencioso, cada vez mas empinado. Aunque este valle sin nombre nació hace decenas de miles de años probablemente somos los primeros humanos que lo atraviesan. Estamos en otro mundo, nadie podría adivinar por donde hemos llegado. Nos desplazamos en actitud casi religiosa.
Al principio nos sentimos torpes e inseguros. Pero el cuerpo se adapta rápido y después del primer descanso retomamos la escalada con alegría. Nos movemos rápido y en poco tiempo atravesamos los riscos de la base de la cumbre.
El cerro supo de nosotros cuando llegamos a Punta de Vacas. Nos vio entrar por la quebrada del Río Blanco. Sintió como avanzábamos cada día y esperábamos cada noche. Nos conoce bien y sabe que vamos a subirlo. Por eso resulta extraño, que por el oeste una atmósfera húmeda anuncie la llegada del mal tiempo.
Atravesamos algunos riscos y encaramos la última pendiente de nieve, fabricando una empinada escalera de pequeños peldaños donde solo cabe la punta del pie.
La subida termina brusca en una especie de balcón, la cumbre. Entre las piedras alguien ha abandonado una pequeña lata, hoy oxidada, con un viejo banderín. Esta gente, unos extranjeros, subió cuando yo era un niño.
Construyo un montículo de piedra dejando el emblema de nuestro grupo de montaña. No tenemos como escribir los datos del ascenso así que raspo la fecha en una piedra. Alguien alguna vez leerá esto ?
La mañana en que desandamos camino es helada, tormentosa. Nos duelen los pies y las manos de frío. Somos un trío fuerte y sereno. Silenciosamente abandonamos el alto valle sin nombre, desescalamos las rimayas, atravesamos los penitentes, bajamos por el cañón rocoso, y casi de noche trasponemos la entrada del Refugio Río Blanco. Mañana los problemas serán otros. Por ahora hay que encender fuego y buscar agua.
Fuente: G.R.A.M. por Glauco Muratti