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Cruce de los Andes a lomo de mula

Cabalgata Sanmartiniana - Cruce de Los Andes

¿Qué se siente al atravesar la cordillera?, ¿cómo es seguir los pasos que hizo el Libertador San Martín en 1817? Los expedicionarios se pierden en las montañas. El camino es largo y el paisaje asombra. La periodista Carmela Cabezudo comparte sus sensaciones en la travesía. 

La cordillera tiene colores que no existen antes de conocerla. No es violeta ni azul, el rojo no es rojo, ni coral, son de sueño, de fantasía e inundan. Es inmensa, el cielo es de acuarela y el sentimiento de insignificancia es inevitable. Se pierden los ojos pesados de los expedicionarios. Son desconocidos, mortales con hambre de innovación, o simplemente ansias de una experiencia que brinde un cambio profundo en sus vidas.

Chuly, presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana, los adentra, los conmueve. “Esta tierra tiene sangre de historia”, les dice y los ojos se les desbordan. Con los uniformes calzados, cantan el himno con la garganta y empiezan el cruce a lomo de mula, el camino del General San Martín y su ejército libertador en 1817.

La emoción vuela a los corrales que se abren y dan lugar a los coprotagonistas de esta historia: los caballos y las mulas salen en busca de sus jinetes. El primer contacto es emocionante, uno de los expedicionarios automáticamente llena su gorro de agua que da de beber a Chiquilín, un caballo de 25 años de edad y 10 en el cruce. Algunos son ariscos y otros tienen miedo.

Así comienzan las primeras fallas, caídas y lesiones que anticipan el crecimiento personal de cada expedicionario. Cada uno debe ensillar su animal, aunque sea la primera vez que lo haga en la vida y transformarse en amigo de su compañero de ruta -la relación con el animal será su sostén durante diez días en medio de la crisis, el cansancio, las reflexiones y la nada.

En la nada, el sol quema más, el viento y la tierra tiñen la piel, las travesías duran horas, cabalgan por paisajes tan hermosos como reales, con curvas empinadas y precipicios eternos, el miedo cada vez es menos, está, pero pesa más la conquista: el Cristo a cuatro mil metros de altura rodeado de picos nevados y con menos aire del que les queda.

A pesar de todo, las guitarras suenan cuando la luna brilla con fuerza y pone en duda la existencia de la oscuridad de la noche. Las chacareras, el chamamé y las zambas empapan las sonrisas con polvo de montaña. El Cura de la expedición baila, fuma, putea y persigue a la gente con una máscara para asustarlos y verlos reír. Lleva la sotana de Fray Luis Beltrán, su tocayo, a quien representa con agua en la frente y en los ojos en las ficciones donde todos son granaderos y realistas, lo viven y batallan, al ataque cual si la patria dependiera de ellos.

Más tarde todo se ve nítidamente, los cuerpos expedicionarios duermen al sereno como si fuera la última noche de sus vidas. Mingo Becerra prende el fuego. Desde hace 15 años es cocinero del cruce y hace más años cocinó en Malvinas. Recuerda sin querer la escasez de esos días que no se comparan con estos.

Los organizadores del cruce -la mayoría de ellos estuvieron ahí- conocen ya del frío, de la tierra, del viento y de perseguir metas. Solo ellos saben de la pizca de sabiduría que esta vivencia puede darle a los expedicionarios, pero la callan y se limitan a dar palmadas en la espalda con manos rotas de amor por la patria. 

El Cristo los espera. Es el último recorrido y no falta nadie porque nadie quiere faltar. Ya cruzaron ríos y cabalgaron por precipicios, ahora viene la altura que pesa y la meta cargada de emoción. La montaña que porta al Cristo es un caracol y ahí el frío se olvida de enero. Llegaron y caen de rodillas llorando, la garganta les tiembla: “¡Viva la Patria!”, grita el eco de la cordillera.

El próximo 17 de enero se cumplen 200 años del épico Cruce de los Andes del General San Martín y ya se están organizando muchas actividades alusivas a la fecha y muchas travesías que imitan el camino del Libertador, no querés ser protagonista de esta hazaña conmemorativa? Consultanos, podemos informarte de todas las alternativas.

Fuente: Revista Dínamo, Por Carmela Cabezudo