La ruta provincial 173 que nace en Valle Grande, a unos 10 kilómetros de San Rafael, es la que recorre el circuito del Cañón del Atuel.
El camino pavimentado asciende internándose en la montaña y regalando inolvidables vistas del Lago Valle Grande.
Desde allí hasta el Nihuil seguirán 46 kilómetros de ripio nada complicado. Para la vuelta a San Rafael hay que tomar la ruta provincial 180 hasta que empalma con la nacional 144. Desde allí, una larga pendiente conduce hasta la Cuesta de los Terneros.
Los Huarpes de esta región aseguraban escuchar en la fricción del agua con las rocas el llanto de las almas de sus antecesores que todavía no llegaban al cielo. Por eso mismo comenzaron a llamar al río con la palabra “atuel”, que en lengua mapuche quiere decir “lamento”. En el corazón del cañón hay varias cabañas para alojarse y hay varios vuelos semanales a San Rafael, que es el aeropuerto más cercano.
Frente a tanta imponencia, es difícil concebir al Cañón del Atuel como lo que, a ciencia cierta; es, nada más ni nada menos, que una falla geológica. Es que toda esta galería de mil formas y colores únicos se fue formando espontáneamente con el correr del tiempo, como producto de la erosión del río homónimo en un inmenso bloque de tierra que se elevó con movimientos andinos en la Era Paleozoica.
La fuerza del agua y del viento fueron surcando durante aproximadamente 60 millones de años la gran meseta que asomaba hasta moldear este inmenso corredor rodeado de montañas. Hoy, mucho tiempo después de aquello, gracias a los tres diques del embalse El Nihuil, el río corre sereno cobijado por rocas de caprichosos contornos y colores. En sus paredes se distingue un sinnúmero de formas cinceladas en el tiempo que de a ratos se muestran salpicadas por archipiélagos de vegetación; todo un espectáculo irrepetible.
El Cañón nace en El Nihuil, en “la Garganta del Diablo”, y desde allí se abre paso en forma sinuosa a lo largo de 70 kilómetros hasta el Rincón del Atuel, donde penetra en el llano. Sin duda, el tramo más vistoso es donde el Cañón se cierra y representa más intensamente tal figura: un verdadero cañón. Estos son los 50 kilómetros que separan el “Dique Valle Grande” de la Central “El Nihuil”. En este tramo la forma cilíndrica se acentúa y, como si las rocas reflejaran el arco iris, en un mismo cerro se distinguen distintas napas con diferentes colores según la antigüedad.
Aquí el gran secreto es caminar. A la orilla del río mojándose los pies o con cómodo calzado por la ruta 173, pero internarse en el Cañón al aire libre acrecienta los encantos y acerca secretos que de otra manera no se podrían conocer. Otra opción más que interesante es la cabalgata. Algunos baqueanos de la zona hacen de guía y prestan sus pingos relucientes por poco dinero. Sin duda, la experiencia bien lo vale.
Para salir a caminar
Al andar por el cañón, en el más absoluto silencio se percibe entre las jarillas el repiqueteo de los quirquinchos o liebres, se ven las martinetas inmóviles sobre las rocas esperando por alguna mojarra, y hasta se divisan aguiluchos que ostentan altura planeando en la cima de los cerros. Tampoco es raro allí ver vizcachas, chinchillas o choiques atravesando algún llano. Los baqueanos, claro, hablan hasta de pumas y zorros.
Claro que aquí también la imaginación y el ojo humano ha descubierto varias formaciones rocosas que han llamado particularmente la atención por las figuras que intentan representar con sus siluetas: “los monjes”, “el castillo”, “el trono del Inca”. Luego, un pequeño llano se abre paso entre las montañas y comienza a desperezarse el valle de los cóndores, así llamado por el vuelo en espiral de las aves.
En el tiempo en que el río Atuel surcaba el cañón (los que saben hablan de 60 millones de años) mucha agua fue filtrándose entre las rocas para quedar almacenada durante siglos en el vacío, dentro de cavidades internas a la montaña. El cauce continuó desgastando las paredes hasta que muchos de esos huecos quedaron al descubierto, y hoy exhiben el brillo del antiguo caudal del río transformado en cristal de roca.
Por las noches, siempre hay algún lugar entre las piedras para cobijarse del viento y perderse contemplando las estrellas. El aroma de la roca húmeda, el melodioso murmullo del agua y los cometas atravesando el más oscuro cielo se ofrecerán irresistibles en la quietud nocturna.
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Fuente: Cronista.com