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La Reserva Natural Villavicencio

El lugar cuenta con más de 72 mil hectáreas llenas de riquezas naturales, arqueológicas y científicas.

 

A 50 kilómetros al norte de la ciudad de Mendoza, se ubica la Reserva Natural Villavicencio. Desde hace más de 17 años, se protegen y conservan diariamente las más de 72 mil hectáreas llenas de riquezas naturales, arqueológicas y científicas, y lugar de origen de un agua única de manantial mineral.

En vacaciones, los guías especializados brindan servicio cada una hora, desde las 10:30 hasta las 16:30 en el predio del Hotel Villavicencio, abierto de miércoles a domingo de 9:30 a 18:00.

 

El recorrido por la Reserva inicia en el Centro de Visitantes, que se encuentra un kilómetro antes del Hotel Termas de Villavicencio. En sus senderos autoguiados se puede aprender sobre la flora, la formación del paisaje y las características geológicas que dan la particularidad a esta geografía. 

 

Luego, se sigue camino hacia el Hotel Termas de Villavicencio. En compañía del guía, se recorren los exteriores de este edificio, declarado Patrimonio Histórico Nacional, lo que implica un paseo por la historia que relatan silenciosamente sus muros y sus jardines, diseñados por Carlos Thays hijo.

En el complejo se encuentra el Parador Villavicencio, sitio único para hacer una pausa, comer e hidratarse con el agua mineral en su lugar de origen, en compañía de un paisaje majestuoso y único de nuestro país.

Los viajeros más aventureros que prefieren la adrenalina pueden optar por subirse a un camión 4×4 y realizar parte del recorrido por Camino de Caracoles hasta el segundo mirador. Para quienes quieran apreciar la belleza de la precordillera y aventurarse por caminos de cornisa con vistas imponentes y contemplar la fauna en su hábitat natural, recomendamos este recorrido que culmina en Uspallata.

 

El camino del año o de Caracoles

El Camino del Año es una ruta típica de montaña, un sinfín de curvas y un abanico de paisajes únicos. Pumas, guanacos y flora autóctona.

 

El Camino del Año tiene su nombre bien ganado, es que algún viajero empedernido las habrá contado alguna vez: son 365 curvas. Claro, nadie esperaba menos al tratarse de un camino de alta montaña y de 57 kilómetros de longitud. 

 

Algunos lo eligen para pasear, otros para llegar a algún destino en particular. Hay quienes lo recorren en 4×4, otros en auto, algunos en moto y, por último, más de una vez me crucé unos cuantos osados ciclistas.

Une dos localidades importantes de la provincia de Mendoza. El Camino del Año se completa en dos horas, en cualquiera de sus sentidos. En un extremo, Villavicencio. El mismísimo lugar que da nombre al agua mineral. Y ahí mismo está el hotel, ese que se ve en las etiquetas. En la otra punta, Uspallata. Villa principal de la alta montaña mendocina. Grande. Con escuelas, hospital, comisaría, estación de servicio, restaurantes, hoteles, etc. Quizá por eso la mayoría elige partir desde Villavicencio, para terminar en Uspallata y degustar una rica parrillada, con chivo y cordero, o unas buenas pastas.

 

Imágenes para grabar en la retina

Las postales que quedan en la memoria de los smart phones son alucinantes. Aunque mejor aún si lo capturamos todo con nuestros ojos y lo guardamos para esos momentos aburridos en los que hurgamos en nuestra memoria para trasladarnos a algún recuerdo. Y entonces encontraremos guanacos que se acercan, nos miran, y parten. Cóndores que sobrevuelan más cerca de lo que quisiéramos; es que su tamaño es de temer. Nieves eternas en algunos picos alejados. Y, si el cielo despejado acompaña, el mismísimo Aconcagua surge en el horizonte hacia el oeste.

Está ahí. No es un típico atractivo turístico de nuestra tierra. Pero eso lo hace, para los que lo conocen, más fascinante aún. El turista que lo transita no es nuevo en Mendoza, ya estuvo en Puente del Inca, ya fue al Valle de Uco y visitó San Rafael. Aun así quedan atónitos. Y entonces no hay dudas: el Camino del Año es una joya que no podemos dejar de visitar.

 

Fuentes: Conocedores.com por Noberto Sica y SerArgentino.com por Exequiel Nacevich