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La travesía de los refugios en el río Tupungato

Un imperdible trekking remontando los ríos Tupungato y Plomo: un periplo, jalonado de antiguos refugios, que alberga increíbles historias.

Es imposible no asombrarse al mirar las montañas mendocinas. Luego del asombro vienen las preguntas: ¿cómo se llaman? ¿quiénes las subieron? ¿qué historias esconden sus laderas?

 

Mendoza tiene por ícono el Aconcagua. Pero existen otros cerros, opacados por la magia comercial del Coloso, que ocupan un lugar preponderante. 

 

Quienes transitan por la ruta 7, en Punta de Vacas, habrán visto recortada contra el firmamento la inconfundible figura de un volcán. Inmutable, distante y codiciado, se yergue el Tupungato, “Mirador de estrellas” en lengua huarpe.

Hacía unos años que imaginábamos ingresar por la quebrada del río Tupungato, desandarla y reencontrar el paso para llegar a la base del volcán.

Hasta que una mañana de noviembre comenzamos la travesía. Aguas arriba recorrimos el antiguo camino de los refugios por donde alguna vez bajó arrastrando todo a su paso con furia incontrolable parte del glaciar del Plomo.

Tras cruzar las vías del transandino y el puente sobre el río Cuevas, sobre el fondo de la quebrada asoma el Tupungato (6.500 m), el faro que guiará nuestra travesía.

A pocas horas nos encontramos con el primer refugio, “Río Blanco”, ideal para recobrar fuerzas.

 

La pausa nos permitió asombrarnos por la persistencia de obras titánicas de ingeniería humana a lo largo de la cordillera, testigos mudos de un pasado de ingenio y esfuerzo.

 

La historia del origen de los refugios del Tupungato y Plomo quedó en el olvido.

No muchos recuerdan aquella mañana de 1934 cuando bramaron las montañas. El hielo “endicado” en el glaciar del Plomo perdió la batalla frente al inusualmente caluroso verano. El alud se precipitó ganando fuerza y velocidad incontrolables.

Conscientes de que podía pasar nuevamente, los hombres de entonces construyeron 6 refugios equidistantes para los observadores del caudal de los ríos, y sobre todo del comportamiento del glaciar. Los nombraron Río Blanco, Chorrillos, Taguas, Polleras, Tosca y Plomo.

Retomada la marcha nuestro objetivo era el refugio Chorrillos, donde pasaríamos la noche. Debíamos cruzar una vía ferrata, pero antes nos topamos con grandes acarreos que nos obligaron a pegarnos a la ladera del río. De tanta piedra suelta brota agua fresca en forma de surgente. El sitio ideal para reabastecimiento.

Metros antes de la vía nuestro arriero Luis vadea el río, se detiene, revisa sus mulas y se acomoda cual espectador para ver cómo nos arreglamos para cruzar.

Pablo, nuestro guía, revisa la vía; luego de una charla técnica y alistar los dispositivos de seguridad, comenzamos el cruce, que lleva su tiempo, es largo y con pronunciados desniveles.

Una vez sorteado, proseguimos con prisa. Ya teníamos el refugio a nuestra vista, pero aún teníamos que cruzar a pie el helado río Chorrillos. Al poco tiempo arribamos al objetivo, casi de noche y cansados. Luis, tranquilo, maniobraba unas brasas para el reparador asado.

 

El fogón fue el escenario para intercambiar impresiones de una larga jornada de sensaciones y aventura. Estábamos felices y así nos fuimos a descansar. 

 

Con el equipo listo y bajo un sol radiante emprendimos la segunda jornada que nos llevaría hasta el refugio “Tagua” y la exploración de sus alrededores.

La marcha se hace más fácil ya que la quebrada se abre y los senderos facilitan el trekking.

 

Dejamos la margen del Tupungato para adentrarnos en la quebrada del Plomo hasta el refugio. La vista es increíble: a la izquierda la quebrada del Tupungato, con sus laderas de difícil acceso. Al frente, la impresionante y ancha huella del glaciar en su retroceso. Al fondo el espectacular cerro Polleras.

 

Es tiempo de descargar equipo, que las mulas pastoreen, y comenzar la exploración. Sobre la margen opuesta del Plomo, próximo a la quebrada del Tupungato, se encuentra el “Cilindro”, un refugio metálico bien conservado. Pablo había iniciado la marcha una hora antes para redescubrir el paso sorteando las laderas que llevan hasta el refugio “Los Durmientes” y más allá el campo base del volcán.

Entre mates llegó el atardecer, único en nuestra cordillera que pinta de rojo las laderas para dar paso a la noche y con ella el firmamento pleno de estrellas.

La mañana del tercer día amaneció con mal clima, como estaba pronosticado. Luego de armar petates, limpiar el refugio y dejar un testimonio, emprendimos el regreso, no sin antes dar una última melancólica mirada al paisaje.

La jornada fue tranquila, dejamos atrás el Polleras y la quebrada del Plomo para cruzar rápidamente el Chorrillos. Sorteamos la vía ferrata (con frío por el viento que se había levantado) y llegamos al lugar denominado “Clonque”, donde dormimos a la intemperie bajo el increíble cielo andino.

La mañana nos despertó con el aire cambiado y frío. Las nubes presagiaban nieve sobre la cima del Tupungato. Y así fue como una tenue nevada nos acompañó el último tramo hasta Punta de Vacas, donde terminamos la travesía, cansados pero dichosos de compartir nuestras montañas con amigos y conocer su historia.

 

Fuente: Revista Cumbres