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Lavalle de barro y arena

Lavalle - Capilla del Rosario
Atractivos de Lavalle

Atractivos de Lavalle

Saliendo del oasis de la ciudad de Mendoza, a unos 30 kilómetros hacia el noreste, empieza a advertirse una metamorfosis. La montaña se aleja y, de pronto, la tierra se vuelve seca y sedienta. La vegetación se recorta y el tiempo se detiene nutriéndose de  misterios y  leyendas. Ahí vamos.

Escasamente irrigado y con una precipitación anual que en algunos distritos apenas llega a 89 mm anuales, Lavalle se presenta como el departamento más árido de Mendoza. El 90% de su  territorio se viste de arena y el paisaje desértico se vuelve más evidente a medida que avanzamos, penetrando sus pueblos de adobe y monte ralo.  Escasamente poblada (sobre todo en la zona de secano donde la densidad  llega a 0.33 habitantes por km2) este territorio alguna vez fue refugio de huarpes, gauchos, bandidos y almas en pena que, aún, divagan en su desierto eterno. Su pueblo, historia  y paisaje cautivan y constituyen una visita obligada, sobre todo para quienes  buscan llevarse nuevas vivencias de su paso por Mendoza.

 

Las Lagunas

Es difícil imaginar que, hasta hace una centuria atrás, en este rincón árido y  polvoriento había unas veinte lagunas, todas intercomunicadas entre sí. Y que los nativos habitantes de la zona (los Huarpes laguneros) solían navegarlas en embarcaciones hechas en junco y totora, muy parecidas a las que aún hoy utilizan los Uros, allá en el Titicaca. Más difícil pensar que las zonas aledañas eran fértiles y prósperas; que los indígenas solían ingresar a la laguna, la cabeza cubierta con una calabaza ahuecada y el cuerpo tapado por el agua. Y así esperaban, agazapados, hasta que un pato distraído se acercaba en busca de comida y ¡zaz! Sorprendido y tomado  del pescuezo el pato que buscaba su cena, terminaba convirtiéndose en la del huarpe. Observando el aspecto actual de las lagunas es complicado imaginar que el pescado era abundante y de buen tamaño y que ¡hasta se vendía en la ciudad!. De aquel entonces solo quedan las crónicas, objetos y alguna que otra representación en maqueta en el Museo del Área Fundacional de la ciudad.

Naturalmente  las lagunas de Guanacache eran alimentadas por las aguas del Río Mendoza y San Juan. Pero luego, con la manipulación de los oasis para consumo humano, riego y uso industrial, además de la canalización de los cauces naturales de los ríos, el agua fue mermando su caudal en esta región, transfigurando sus antiguos espejos de agua, reduciéndolos de manera drástica. Guanacache hoy conforma un paisaje excepcional y, a la vez, paradójico: con vegetación de un lado y desertificación del otro. Nutrias y flamencos que hicieron de este lugar su hábitat y  que, al mismo tiempo, corren peligro de desaparecer si el principal protagonista se evapora: el agua.

En la actualidad las aguas subterráneas que brotan en la superficie se encargan de alimentar los espejos de agua (además de una que otra temporada de lluvia excepcional) aunque nunca recuperaron el esplendor (y volumen) que tuvieron en algún momento de su historia. La buena noticia es que, desde 1999, Estas lagunas de singular belleza son sitio RAMSAR y conforman parte de la red de 20 humedales protegidos que hay actualmente en Argentina.

De sus pueblo originario (los huarpes) quedan descendientes, dedicados  a la ganadería (principalmente caprina) y la artesanía, de la que se destaca especialmente  la cestería (legado a través de generaciones).

 

El monte

Las cosas no han sido fáciles para el pueblo de Lavalle. A la escasez de recursos hídricos se sumó la tala indiscriminada de vegetación nativa, especialmente la de bosquecillos de algarrobos, que fueron desapareciendo a través de los siglos. Así, el desmonte (para leña, durmientes para tendido de ferrocarril, fabricación de carbón y postes para viña) fue desertificando y modificando el paisaje natural (y social).  Motivo por el cual, hacia fines de los años ochenta, se creó la Reserva Telteca, con el objetivo de preservar la flora autóctona, especialmente los bosques de algarrobos que se salvaron de la tala, además de chañares, chilca, jarilla y alpataco. Telteca también es refugio de animales como felinos, pájaros y reptiles pequeños. El territorio protegido cubre 38 mil hectáreas que también alberga una extensión de desierto absoluto  llamado “Altos limpios”. Se trata de formaciones medanosas que llegan a alcanzar 20 metros de altura en algunos sectores. Fácilmente reconocibles desde la ruta y a unos 100 kms de la ciudad, sin duda, son una buena excusa para hacer un alto en el camino, disfrutar de un safari fotográfico, recorriéndolas a pie o a caballo. Su arena movediza esconde leyendas y cuentos, como El Hachador de los altos limpios, el espíritu de un hombre sin ojos que deambula de noche, atemorizando a los puesteros que atraviesan las dunas.

El algarrobo es un árbol nativo de Argentina. Desde tiempos ancestrales brinda sombra, alimento, bebida, medicina, madera, carbón y colorantes para teñir tejidos. Además, este árbol tiene una raíz freatofita que procura el agua en las napas freáticas.

 

Líquido sagrado

Casi el 60% de la superficie cultivable en Lavalle es destinada a la vid. Si bien no es una región popular (como Lujan de Cuyo  o Valle de Uco) los lavallinos gozan de buenas  características naturales y climáticas y, en este contexto, lo que florece es la producción de vino casero (vinificaciones de hasta 4000 litros anuales cuya  elaboración es realizada, normalmente, en el garaje de casa). De hecho, la elaboración de este estilo de vino es tan prolífica que Lavalle cuenta con su propia “Asociación de elaboradores de vino casero”, un proyecto colectivo cuya sinergia permite a productores promover y comercializar sus vinos tanto en Mendoza como el resto del país. Algunos productores para tener en cuenta son: Walter Flagueyre, Cayetano Mazzeo, Rodrigo Flaguer o Carlos Menconi.

Lavalle nos permite hacer varias visitas productivas: conocer elaboradores de vino casero, visitar una planta de quesos de cabra o una apícola (esta zona de Mendoza  tiene excelente reputación por su calidad de mieles) o bien descubrir un proyecto biodinámico como el de la Finca Cosmos.  En su recorrido es posible conocer todos los secretos de la flora nativa y sus virtudes, además de adquirir productos cosméticos orgánicos y medicina natural de calidad.

 

Las catedrales del desierto

Sin lugar a dudas el podio de los atractivos de Lavalle lo ocupan sus capillas centenarias. Estos templos de formas simples y decoración humilde se encuentran desparramados a lo largo y ancho de Lavalle, destacándose no solo por su valor histórico y arquitectónico, sino también por su significación religiosa para la comunidad local. Cada santo tiene su día y su fiesta y es, en ese momento, cuando  el  pueblo se vuelve de colores y se agita moviendo su reloj de arena otra vez.

En el pueblito de El Cavadito, hay una capilla tan modesta como pintoresca. La historia es curiosa: a mediados de siglo XX un hombre llegó para talar todo el bosque que rodeaba el pueblo. Su esposa era ferviente devota de San Judas Tadeo y mandó a construir el pequeño templo (que también funciona como escuela). Cuando la leña se acabó la familia desapareció. El Cavadito quedó pelado, apenas unas cuantas nubes del desierto rodando cual lejano Oeste, la capilla, el santo, la devoción y las procesiones a caballo cada mes de octubre.

 

En La Asunción, un pueblo que marca el límite entre el oasis y el desierto en Lavalle, se encuentra la antigua (y la nueva) capilla de la Virgen del Tránsito. Nos interesa la vieja con sus columnas de algarrobo, sus paredes de adobe y techo cubierto con barro y vegetales autóctonos. La imagen de la virgen también tiene un valor especial ya que se trata de una talla pequeñita de artesanía hispano-indígena ubicada dentro de un cofre de unos 30 cms de alto. Al lado de la capilla hay un pequeño museo que alberga cuadros y reliquias que cuentan la historia del pueblo. El cementerio, ubicado cerca del templo, también guarda secretos: según la forma, estilo y material de la cruz es posible advertir distintas clases sociales y económicas de los difuntos, mientras que las cruces celestes (muchas de ellas desteñidas por el tiempo) corresponden a entierros de niños. Las flores de papel, plástico y lata son recurrentes  en el paisaje religioso del desierto.

 

A la capillita de San José (declarada monumento histórico) se accede por el camino de los huarpes, una huella de serrucho, arena y desierto para el lado que se mire. La  arquitectura  del templo es campesina, tiene campanario y una sola nave.  Un dato curioso es que el adobe del que está hecha la construcción contiene restos de paja, prueba de que en esta tierra hubo trigales en otros tiempos. En los últimos días de abril hay fiesta y procesión en honor a San José Artesano.

 

Y en la inmensidad del arenal emerge la Capilla de Nuestra Señora del Rosario. Su  construcción fue  atribuida a los jesuitas en 1600. El  terremoto de 1861 deterioró el edificio y rápidamente se recuperó con el estilo original. De formas simples y una nave construida en adobe, con techo de cañizo de barro y paja, este templo fue declarado monumento histórico nacional en 1975. Esta joya arquitectónica alberga otra de imaginería religiosa: la Virgen del Rosario, tallada por los nativos habitantes de la zona. Su fiesta y procesión ocurren en Octubre, entonces el pueblo se enciende por única vez en el año para luego apagarse y volver a su letargo.

 

Rural y Cultural

Lavalle es un destino ideal para el viajero curioso, amante de la naturaleza, deseoso de mezclarse con la comunidad local, con ganas de conocer su cultura, probar sus sabores  y aprender de  su día a día. Lavalle, junto a la gente del Centro tradicionalista, ofrece experiencias para salir del molde del típico itinerario mendocino. Sus paseos a caballo pueden ser contratados por el día, haciendo postas entre sitios históricos,   granja biodinámica, visita a una bodeguita, y almuerzo. Pero, si se cuenta con más tiempo, sugerimos realizar la cabalgata de las capillas. Esta travesía de 3 días  atraviesa huellas solo transitables a caballo, entre dunas y monte, visitando San Jose, Asunción, Guanacache y sus templos, pernoctando en casa de lugareños, incluyendo  fogones con música folklórica, deliciosa comida local y destreza criolla. La ruta de las capillas es tradicionalmente ofrecida para Semana Santa pero, contratada con tiempo, puede amoldarse a las  necesidades y disponibilidad del visitante.

 

Asunción también ofrece opciones interesantes. El pueblo cuenta con un grupo de turismo comunitario llamado Tintihuili Kanay Ken que ofrece una serie de actividades que permiten el contacto con la naturaleza, la historia y la forma de vida de los lugareños de manera más auténtica. Además de pasar la noche en un alojamiento rural se puede visitar y conocer la vida en un puesto, participar de talleres de trenzado en cuero, telar, hilado o  gastronomía local. La oficina de Turismo de Lavalle brinda  ayuda para armar un programa incluyendo estas divertidas y singulares experiencias.

Debajo de capas de barro y arena Lavalle asoma con timidez ante la mirada de asombro de sus visitantes. Sus encantadoras capillas despojadas de ostentación, los días ardientes de sol en el monte y sus noches oscuras plagadas de estrellas, su misticismo, sus atardeceres de desierto, las empanadas cocidas al horno de barro, su gente y costumbres están ahí, confiando que el viento zonda sople con fuerza y, por fin, revele toda su belleza.

 

Fuente: WINE REPUBLIC, Por Mariana Gómez Rus