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Los dos paisajes del Cañón del Atuel

Dos paisajes totalmente distintos se suceden a lo largo del Cañón del Atuel, esa grieta de unos 45 kilómetros en el sur de Mendoza, por la que corre el río que le da el nombre.

La gran diferencia es, precisamente, que en la zona alta el río sólo aparece con un hilo de agua o está ausente entre los paredones y el cauce de rocas multicolores pero peladas y numerosas geoformas, y en el valle, tras un desnivel de unos quinientos metros, el torrente corre celeste y espumoso, bordeado de verde, con fuerza suficiente para la práctica de rafting.

Se lo puede recorrer desde los dos extremos, nosotros lo iniciamos desde la parte más alta de esa falla geológica, en Villa El Nihuil.

En ese caso, si se parte de San Rafael, la visita comienza unos 50 kilómetros antes, en la cima de la Cuesta de los Terneros, donde, tras pasar un camino sinuoso entre rocas, la ruta baja abruptamente en un recta por la llanura.

Desde ese mirador, a unos mil metros de altitud, se puede ver, casi en el horizonte sur de la extensa planicie ocre de pastos secos, una gran rajadura en la tierra, un foso oscuro, que es el extremo más alto del cañón, desde donde recorre 42 kilómetros aguas abajo hasta el Valle Grande. 

En ese trayecto de sur a norte el paisaje cambia de la agreste y profunda grieta en el desierto, con rocas secas y multiformes que refractan el despiadado sol de uno de los cielos más diáfanos del país, a un valle húmedo con rápidos de aguas cristalinas bordeados por el fresco verde de los sauces llorones, a cuyas sombras crece el pasto tierno y los turistas improvisan picnics y campamentos.

Villa El Nihuil, que en lengua huarpe significa El Paso, es un lugar ideal para disfrutar del gran espejo de agua que forma el dique, con los conos del Parque Volcánico La Payunia como telón de fondo. Cuando nieva sobre esa reserva, que es la de mayor concentración de volcanes del Mundo, los conos blancos entre los azules del lago y del cielo, con sus distintos tonos, brindan una hermosa postal para quienes llegan a la Villa.

El río sin río

Esa diferencia en el paisaje no es obra de la naturaleza, porque en la zona alta del cañón la mano del hombre le quitó el agua al río para generar energía hidroeléctrica y regar sus viñedos y olivares, entre otros cultivos, y el Atuel corre entubado desde donde comienza el cañón hasta la represa de Valle Grande.

Tas dejar la Villa El Nihuil se entra en un camino de caracoles y cornisas con paredones de hasta 350 metros de altura en el macizo de Sierra Pintada, en los que sólo se ve esporádicamente agua en el lecho –que generalmente es sobrante de la utilizada en las usinas.

Uno de los primeros puntos recomendables para admirar la majestuosidad de los precipicios es la Garganta del Diablo, es el Mirador de la Virgen, al borde de una explanada natural a la que se puede bajar con vehículo desde la ruta, donde instalaron una imagen de la Virgen María. Allí asombra la profundidad del estrecho cañón, que se puede observar desde las barandas de contención, con un fino curso de agua y alguna piletas en la roca, donde abrevan algunas aves, mayormente zancudas.

La segunda bajada, a poca distancia, lleva a otro mirador: un alto despeñadero de bordes filosos y tonos rojizos cortado a pico, conocido como Paso de las Cabras, al que se llega por un estrecho y escarpado sendero que no deja pasar vehículos, salvo cuatriciclos o motos. En este mirador también hay una cruz y un altar, pero dedicados a Sebastián Bordón, el joven de 19 años que apareció muerto en 1997 en el fondo de ese precipicio durante su viaje de egresados, y por cuyo crimen fueron condenados cinco policías de El Nihuil, tres años más tarde.

El cañón es el producto del constante embate del Atuel sobre una formación precámbrica cubierta por sedimentos en el paleozoico, hace entre 250 y 400 millones de años.

El resultado de esa erosión, en la que también influyeron la actividad volcánica, los vientos y las lluvias, es un corredor con profundos precipicios y rocas gigantescas de variados colores y composiciones, con curiosas formas que los habitantes bautizaron con nombres populares según su similitud con objetos conocidos o simplemente dejando volar su imaginación.

En el primer tramo, el camino -que aunque sea de ripio y esté atravesado por cortaderas y salpicado de piedras sueltas es la ruta provincial 173- corre sobre el borde izquierdo del cañón y, todavía en el ejido de Villa El Nihuil. Más adelante cruza el cauce casi inexistente en un zona baja, donde el fondo del cañón es el vértice de un ángulo muy agudo, que forma una cuneta que no permite el paso de vehículos largos y de chasis bajos, como colectivos, ya que quedarían trabados con las ruedas virtualmente en el aire.

Geoformas

Luego de bajar un centenar de metros por unos caracoles de zigzags cerrados, se entra en la grieta que se avistaba desde la Cuesta de los Terneros y aparecen las primeras formas líticas que disparan el imaginario popular.

El guía señala un montículo gris que, asegura, semeja una manada de elefantes, por lo que lleva ese nombre; muy cerca, una erguida piedra blancuzca fue bautizada como El Búho, pero ésta sí recuerda a esa ave y hasta tiene dos huecos que parecen sus ojos.

Al llegar a la Usina 1 está uno de los tres lagos artificiales del cañón, el Aisol; el segundo, Tierras Blancas, está en la Usina 2, y junto a ambos el verde de sendos grupos de sauces se destaca sobre el paisaje rocoso y de tonos rojizos y ocres.

El cerro Carbonilla aparece como el más oscuro del cañón, compuesto por lutitas entre las que predomina la negra, aunque su mezcla con la pizarra y la calcárea genera variados tonos sobre un fondo bruno. Allí comienza la parte más colorida y entretenida del cañón, donde está la mayoría de sus cerca de 180 geoformas más curiosas.

Así, en cada curva y a ambos lados surgen en tonos rojos, azulados, plomizos, amarillos o blancos La Radio Antigua, Los Ositos Cariñosos, El Pingüino, El Sillón de Rivadavia, El Lagarto, El Muñeco Michelin o El Astronauta, La Anciana o La Abuela, El Hongo, La Ciudad Encantada, Los Panqueques o Las Hamburguesas, Los Monjes o el Lomo de Dinosaurio y Los Castillos o Bosque de Coníferas, entre muchos otros nombres que cambiarán para una misma forma según el lugareño que lo muestre.

Al pasar la tercera central hidroeléctrica en un resquicio del camino aparece el Cañadón Negro o de Los Toboganes, donde entre unas paredes de roca monumentales hay unos desniveles naturales muy lisos, sobre cuya arena es posible deslizarse en sandboard.

Después, las blandas piedras calizas sobre la derecha del cañón, en tonos pastel que viran del rojizo al amarillo, con vetas verdosas y azuladas, crean una de los mayores conjuntos geomórficos del trayecto, con numerosas piezas irregulares que semejan diversas figuras y tiene dos nombres genéricos: El Museo de Cera o Castillos Medievales. 

Valle Grande

El camino sube nuevamente por caracoles -aunque el cauce natural continúa bajando- para alcanzar la altura de la mayor de las cuatro centrales del cañón, Valle Grande, por sobre la cual se debe cruzar nuevamente el Atuel para llegar a su cauce inferior.

En el ascenso previo, la ruta se aparta del río y, luego de atravesar un corto túnel, corre nuevamente sobre el borde del cañón y pronto surge un amplio espejo de agua verde esmeralda que es el tercer y último lago artificial, con altos paredones rojizos al fondo de dunas y playas de arena clara junto a la presa, todo visible en panorama desde el Mirador El Submarino, junto a la ruta.

Una formación oscura emerge casi en el centro del lago: El Submarino, aunque por sus bordes erizados también podría comparársela con el lomo de alguno de los saurios que habitaron la región y cuyas reproducciones se muestran en los museos locales. El fuerte viento forma “corderitos” que le dan espontáneos matices blancos al espejo de agua y se confunden con las estelas de los catamaranes y botes a motor que lo surcan.

Desde el dique de Valle Grande el camino hace su rápido descenso final y el desierto da paso a la civilización, cuyo primer signo es el asfalto, al que acompañan construcciones de servicios para el turista, como bares, cabañas, restoranes y otros comercios, en especial los dedicados a la pesca y excursiones náuticas.

En el lago se realizan paseos en catamarán y deportes acuáticos, como esquí, remo y buceo. Junto a la presa hay varios establecimientos, entre ellos confiterías que permanecen abiertas hasta la noche, con miradores a una vista panorámica del valle.

Aguas abajo, hay prestadores de turismo aventura, rafting, cabalgatas, canotaje, rappel, cuatriciclos, senderismo y parapente, entre otras actividades.

Después de la última usina, ya no hay entubamiento y el Atuel corre libremente generando la suficiente humedad para que en sus márgenes retorne el verde tupido de árboles, arbustos y hierbas floridas, y también para que el río justifique su nombre en huarpe: Aguas Claras.

En pequeñas playas que aquietan el río al resguardo de algún meandro, los veraneantes se dan un chapuzón o se sientan en reposeras con los pies en el agua fresca, mientras duermen una siesta arrullados por el murmullo del torrente entre las piedras.

Esa calma que acompaña el trinar de los pájaros, es alterada esporádicamente por los gritos de los turistas que pasan en los gomones de rafting, a quienes los guías los hacen sentir argonautas en un viaje sumamente riesgoso, aunque el nivel de dificultad del Atuel está entre los más bajos.

La facilidad con que se recorren esos rápidos deja observar desde el bote los nuevos paisajes del último tramo del cañón, en cuyas paredes rojizas se destacan los estratos del volcán El Carrizalito, que dieron lugar a la formación Las Milhojas sobre la derecha, o el Cinturón de San Martín, que se dibuja simétricamente a ambos lados del cañadón y cuyas partes encajarían perfectamente en una sola pieza si el río y el estrecho valle verde no existieran.

Luego, la ruta se aleja del río y del cañón rumbo a San Rafael y atraviesa Rama Caída, una zona de chacras donde los pequeños productores ofrecen sus embutidos, dulces, licores y vinos para degustar y para la compra, además de artesanías representativas del lugar.

Esta es una de nuestras excursiones preferidas, tenemos años de trayectoria recorriendo el Cañón del Atuel, si venís a Mendoza no te la podés perder. Comunicate con nosotros te organizamos todo el viaje.

Fuente: Crónicas del Sur del Mundo, por Gustavo Espeche Ortiz