El Area Fundacional de la ciudad de Mendoza, restaurada en 1993, reluce a quince cuadras de la plaza Independencia.
La impecable vista panorámica de la ciudad de Mendoza desde la Terraza Jardín Mirador, a pasos del Kilómetro 0 y la plaza Independencia, empieza a perfilar la alternancia de calles teñidas de verde por hileras de álamos, tilos, tipas y plátanos con los edificios del centro, el pulmón de aire puro del Parque San Martín y, bien al fondo, la excelsa postal de la Cordillera. Poco y nada se alcanza a detectar desde esta perspectiva de los restos de la primitiva ciudad colonial, cuyos cimientos más sólidos todavía se levantan a unas quince cuadras de aquí.
Parte de la aldea fundada en 1561 por Pedro Del Castillo se conserva entre las paredes del Museo del Area Fundacional –restaurado y abierto al público en 1993–, que también es el depósito de huesos humanos de 10 mil años antes de Cristo, huellas de la cultura precolombina huarpe y piezas sueltas del edificio del demolido Cabildo. Además, esta es la legendaria base que escogió el general José de San Martín para planificar el Cruce de los Andes. En 1877 el solar fue transformado en Matadero y a partir de 1930 cobijó una feria.
Recién en 1980 arrancarían los primeros trabajos del rescate arqueológico, que se prolongarían a la plaza Del Castillo, extendida enfrente. Debajo de la vistosa fuente de agua, una cámara subterránea resguarda restos de la fuente de base octogonal que proveía agua mineral y potable de El Challao a los vecinos durante el siglo XIX. Durante los trabajos de rescate, los científicos se encontraron con otra sorpresa, oculta desde tiempos lejanos: trozos de otra fuente, de forma hexagonal, montada en 1930 sobre la más antigua, que había sido construida en 1810.
Del otro lado de la plaza, entre los muros de ladrillos incompletos de la Iglesia Franciscana –apuntalados por estructuras metálicas– casi no quedan rastros de la casa de barro que los sacerdotes jesuitas erigieron en el mismo lugar en 1608. En 1767, cuando la orden jesuita fue expulsada, se establecieron los franciscanos y construyeron una iglesia, tumbada por un terremoto en 1861. Sus ruinas despiertan tanta curiosidad como las dos estilizadas araucarias que florecen en el predio desde 1916.
La caminata por el casco histórico permite avizorar el diseño de la ciudad colonial, que durante tres siglos no superaba los exiguos límites de un damero de 25 manzanas, donde se levantaban la Plaza Mayor, el Cabildo, la Iglesia Matriz, otros templos y conventos de diferentes órdenes religiosas y viviendas. De a poco, esa ciudad borroneada por el paso del tiempo y sacudida por los sismos fue incorporando canales, acequias, alamedas, fuentes públicas, plazas y edificios señoriales.
El circuito histórico de la ciudad de Mendoza combina el Area Fundacional con las casas centenarias, una infinidad de estilos arquitectónicos mayormente erigidos en la etapa moderna, después de la reconstrucción que siguió al terremoto de 1861. La traza original se transformó en un cúmulo de escombros, replicado en parte por el sismo de 1920, que tumbó dos torres y un campanario de la Basílica de San Francisco Solano. Construida en 1865 con líneas neorrománicas, es la iglesia más antigua que queda en pie.
De la misma época, la casa del ex gobernador Francisco Civit resiste dignamente en Montevideo al 500. Los turistas suelen elogiar los detalles italianizantes de la construcción, las paredes de adobe y los tres patios rodeados de habitaciones. El Colegio Nacional Agustín Alvarez es otra joya edilicia de fines del siglo XIX digna de ser admirada.
En las siete cuadras parquizadas con álamos de la avenida San Martín revive el recuerdo de los conventillos, en los que hace un siglo se amontonaban los inmigrantes italianos. Alguna que otra fachada antigua sobrevive entre bares temáticos y glorietas. Ahí empieza a despuntar la ciudad moderna.
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Fuente: Clarín, Cristian Sirouyan