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Por los caminos del vino de Mendoza

Un road trip intenso por Mendoza.

 

Hay un momento en el que sucede. Un instante en el que el ingenio toma conciencia de que la felicidad está habitando aquí. Los viajes ayudan mucho en esa tarea, claro, pero esta vez el vino había tenido parte de la culpa también. “Es que la cerveza logra que uno esté alegre, pero es el vino el que te hace feliz”, deslizan por ahí, y volamos todos de risa.

Empieza a caer la tarde mientras un sol alucinante se está escondiendo tras los Andes. En los pies, las hectáreas de Malbec se extienden como una alfombra verde hasta donde la vista es capaz de llegar; en la mano, un Sauvignon Blanc a temperatura justa y algunas caras, ya amigas, que acabamos de conocer. Sumémosle, claro, varias copas de Malbec y de Cabernet Franc que se acumularon en nuestros corazones hasta allí. Estamos en Bodega Otaviano, en el último rincón cultivado de Luján de Cuyo, y la felicidad no nos cabe toda entera en el pecho.

Digamos que, por mi vida entrelazada a los blancos y a los tintos, Mendoza es mi segundo techo. Una provincia gigantesca en donde el desierto domina el escenario, pero en donde también el agua de deshielo logra transformar completamente el panorama, bañando esos racimos de los que brota el 70% de la producción vitivinícola de Argentina.

La calidez de su gente, lo sabroso de su cocina, el sol abrasador y la Cordillera de los Andes. Mendoza es casi una injusticia para el resto del planeta. 

Unas horas antes de aquel atardecer en la montaña habíamos visitado Casa Vigil, hogar y bodega del mundialmente reconocido enólogo Alejandro Vigil. El almuerzo había sido antecedido por un recorrido por la casa, íntegramente inspirada en el infierno, el purgatorio y el paraíso de la Divina Comedia de Dante. En el mientras tanto, un puñado de pequeños viñateros independientes mendocinos había llevado hasta allí sus vinos caseros, muchos incluso sin etiquetar, para que un mega crítico español los probase y diese sus puntajes, su veredicto. A metros de nuestra mesa (por la que desfilaban quesos locales, dulce de membrillo casero, carne de res y vegetales de la huerta en horno de barro), el pulgar hacia arriba o hacia abajo de un simple mortal estaba a punto de determinar las ventas del año que vendría. Pero no fue casualidad: eso puede suceder cualquier tarde, en cualquier rincón bodeguero de la bellísima Mendoza.

Y este viaje tuvo un poco de eso. El encuentro con los vinos tintos que son tendencia, el trabajo de los suelos, la vendimia a flor de piel. “¿Se podrá transmitir en palabras este olor?”, le pregunté a Julián por segunda vez. Es que en cuanto abrís la puerta de una bodega, sea cual sea, invade un perfume que baña el alma. Muchos dicen que se trata de olor a vino. Yo creo que es así como huele la felicidad.

 

Éstas fueron las bodegas que recorrimos

Casa Vigil

Videla Aranda 7008, Maipú

Alejandro Vigil, jefe de enología de la bodega Catena Zapata y propietario de los vinos El Enemigo, abrió hace pocos años las puertas de su casa para transformar este rincón de Maipú (“la República de Chachingo”, como le gusta llamarlo) en uno de los restaurantes más codiciados de Mendoza. Innovador por naturaleza, todo aquí está inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri: obras de arte de artesanos locales, un infierno celosamente custodiado por barricas repletas de grandes vinos y mucho Cabernet Franc, ícono de la casa. ¿Para probar? El enorme costillar de ternera braseado 12 horas, acompañado de hortalizas de la huerta propia, que también puede visitarse.

 

Otaviano

Ruta Internacional N° 7, Kilómetro 8, Alto Agrelo, Luján de Cuyo

En la afamada “primera zona”, donde la historia de la vitivinicultura mendocina comenzó, y en el límite exacto antes de la Cordillera, Otaviano ofrece una de las mejores vistas de la Cordillera de los Andes. Enfocada en la producción de vinos blancos, rosados y tintos de parcela única, anualmente elabora unos 300.000 litros dentro de un edificio inspirado en una vivienda de alta montaña: enormes ventanales, el fuego del hogar a leños, una oferta gastronómica simple pero de muy alto alcance y el toque personal de Eliana y Gastón, anfitriones de lujo para vivir un atardecer inolvidable en las viñas.

 

Zuccardi Valle de Uco

Costa Canal Uco s/n, Paraje Altamira, Valle de Uco

Siempre a la vanguardia, la familia Zuccardi es una institución en la provincia. Autores de algunos de los vinos de consumo masivo más extendidos de la Argentina, hace menos de dos años inauguraron la que es, hoy, la bodega más impactante del Valle de Uco, enfocada solo en vinos de alta gama. Por su investigación en todas y cada una de las microrregiones del Valle de Uco, aquí la clave es entender, de la mano del joven equipo de enología liderado por Sebastián Zuccardi, la sutileza en sus Malbec y Cabernet implantados en los distintos rincones del Valle, desde Paraje Altamira y Gualtallary hasta El Cepillo o San Pablo.

 

Andeluna

Ruta Provincial 89 s/n, Gualtallary, Valle de Uco

Llegar a Andeluna es puro placer. Enraizada en una de las arterias principales del Valle de Uco, más precisamente en Gualtallary, esta bodega fue una de las pioneras en la elaboración de Cabernet Franc, hoy vedette regional. Su enólogo, Manuel González, entrelaza su pasión por el vino con la escritura, y esa misma sensibilidad que aplica en una y otra tarea, resulta en etiquetas de enorme personalidad. Un almuerzo en la terraza, frente al Cordón del Plata, es cita obligatoria para terminar la visita y disfrutar del menú degustación por pasos que propone el chef Santiago Blondel.

 

Fuente: Avianca en Revista, por Julián Gorodischer y Mariano Braga