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San Rafael, tierra de vinos y aventuras (parte 1)

Este destino de Mendoza atrae con sus increíbles paisajes, el circuito de bodegas y viñedos, rafting en el Cañón del Río Atuel y un imperdible paseo por el dique Los Reyunos.

Se toma un remo con las dos manos y con fuerza se intenta avanzar sobre el agua para llegar a uno de los primeros saltos del río Atuel. La ola, que parecía pequeña de lejos pero inmensa al acercarse, sacude el gomón y moja con fuerza a todos los tripulantes. La balsa vuelve a estabilizarse y entonces se llena de sonrisas. “Vamos equipo, a festejar”, vitorea Tiburón, el guía, quien invita a alzar los remos para celebrar la hazaña.

 

Si hay un destino argentino que se destaca por su amplia oferta de actividades de turismo aventura es San Rafael, la segunda ciudad más importante de Mendoza, ubicada a poco más de 200 kilómetros al sur de la capital.

 

Las alternativas, sin embargo, no se agotan en este amplio segmento turístico sino que desde hace años San Rafael logró imponerse también en el rubro del enoturismo, con decenas de bodegas que invitan a disfrutar de los secretos de su exquisita cepa terroir –terruño-, traducido en vinos de gran calidad.

El imponente Cañón del Atuel es la postal más característica de San Rafael y el paseo obligado para los visitantes. Las imponentes laderas de piedra de la montaña y la galería de rocas con formas caprichosas -como El Mendigo, El Bosque de Coníferas, Los Jardines Colgantes, El Sillón de Rivadavia, El Elefante, Los Monstruos y El Lagarto-, formadas a lo largo de 60 millones de años por la erosión del viento y de las aguas del río Atuel en un gran bloque de tierra que se fue elevando por los movimientos andinos durante la era Paleozoica, seducen a quien recorre el circuito y lo invitan a agilizar su imaginación para identificar cada uno de los contornos.

 

Cuando el vehículo se detiene luego de recorrer los 35 kilómetros que separan el Cañón de la ciudad por el camino de Valle Grande, la mirada se posa sobre el paisaje: la mágica paleta de tonos cobrizos, marrones y rojizos contrasta con los colores del cielo, las nubes y el espejo de agua; el paisaje emociona. 

 

Si bien la distancia es corta, lo aconsejable es tomarse todo el día para recorrer los 52 kilómetros del circuito y aprovechar para completar toda la vuelta, pasando por El Nihuil y Valle Grande.

 

Un escenario lleno de adrenalina

El Cañón del Atuel comienza en el Embalse El Nihuil, a 70 kilómetros de San Rafael, y su desembocadura se encuentra unos kilómetros aguas abajo del embalse Valle Grande. A lo largo del recorrido aparecen espacios verdes ideales para relajarse y áreas donde practicar mountain bike, trekking, safari fotográfico, senderismo y avistaje de cóndores.

 

El dique El Nihuil es un lago artificial de aguas cristalinas, en el que se puede disfrutar de una gran cantidad de actividades náuticas como windsurf, kitesurf, esquí acuático y jetski, o paseos en canoa y nado para quienes prefieren una experiencia más relajada. Fuera del agua es posible transitar el relieve agreste a través de travesías en mountain bike, cabalgatas y trekking. Además de ser un complejo hidroeléctrico, es uno de los lugares más buscados de la región para realizar pesca deportiva, dado que abundan carpas, pejerreyes patagónicos y truchas criollas.

 

En El Nihuil surge una zona árida de alrededor de 30 mil hectáreas, donde sorprende un gran desierto de arena volcánica, con dunas que llegan a medir hasta 200 metros de altura. En verano la temperatura puede sobrepasar los 50 grados, por lo que es aconsejable visitarlo bien temprano por la mañana. Para recorrer las dunas es imprescindible hacerlo en cuatriciclo, 4×4 o moto de cross y, dado que es fácil perderse por la falta de puntos de referencia, es preferible estar acompañado por un guía. 

 

Cuando llega el mediodía se puede almorzar en el pueblo o bien seguir el recorrido y cargar energías en Valle Grande, otra escala insoslayable del paseo. Aquí se encuentra la imagen más característica del Cañón del Atuel, con una formación geológica que emerge desde el embalse: El Submarino, rebautizado este año en homenaje a los tripulantes del buque ARA San Juan. Las inmensas laderas que enmarcan el río parecen montañas si se observan desde el nivel del agua, pero si se toman en perspectiva desde la altura se comprende que, en realidad, las elevaciones forman un profundo cañón.

 

El embalse Valle Grande permite disfrutar de la belleza de su paisaje a través de una gran cantidad de experiencias. Se organizan salidas de rafting por el Atuel, doki (una canoa inflable para un pasajero y el guía) con un recorrido de 9 km, floating y el adrenalínico cool river, un gomón individual donde la persona navega de panza, con patas de rana y un guía cada dos personas. También es posible hacer paseos en catamarán, safaris fotográficos, paseos en deslizadores, rappel con tirolesa y trekkings nocturnos. 

 

Los alrededores de Valle Grande son un buen punto de hospedaje para quienes buscan estar en contacto con la naturaleza, con alojamientos con buenas comodidades y algunas opciones de bares y restaurantes.

 

Fuente: Clarín, por Sandra Lion