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Un viaje de tres días por 6 de las mejores bodegas de vino de Mendoza

Mejores Bodegas en Mendoza

6 de las Mejores Bodegas en Mendoza

¿Por qué no hacer de Mendoza uno de los destinos para tener en cuenta para tus vacaciones? Acá una guía para recorrer algunos de sus mejores bodegas de vino.

Pasada la medianoche, el vuelo de Latam despegó desde Lima hacia Mendoza, tierra del vino argentino por excelencia. El vuelo duró poco más de tres horas, y en esta ocasión viajábamos tres amigas por tres días, un 21 de noviembre. Todo estaba preparado con antelación. Teníamos el tiempo justo para visitar seis de las mejores bodegas; pasear a caballo en la montaña, dormir entre viñedos y recorrer el centro de la ciudad la última noche. Con lo que no contábamos, es que en esos tres cortos, pero bien aprovechados días, llovería parte de los escasos 200 mm que caen al año en la ciudad de la cordillera. ¡Que arranque la aventura!

 

Primera parada: Cavas Wine Lodge

A las 6.30 de la mañana nos esperaba en el aeropuerto el equipo de Wine City, una agencia de viajes local, para llevarnos directamente a Luján de Cuyo, al sur de la ciudad. Cuarenta minutos después, llegamos al oasis que Cecilia Díaz Chuit y su marido, Martín Rigal, han desarrollado hace catorce años. Ella enfocada en el turismo y la hotelería durante toda su carrera; y él combinó la agronomía con el marketing. Así materializaron el sueño de tener el primer y único Relais Chateaux de Mendoza: Cavas Wine Lodge. Son dieciocho habitaciones en forma de “cavernas” que parecen salidas del viñedo que rodea la propiedad. Las uvas se destinan a la producción de sus propios vinos; entre ellos un bonarda bien expresivo y afrutado que acompaña idealmente los ricos brownies que allí preparan. El paseo hasta las habitaciones transcurre entre viñas; luego de pasar por la piscina al aire libre que colinda con el spa, decorado en un estilo árabe romano y donde ofrecen desde masajes relajantes, hasta los indulgentes baños de bonarda, donde se sumerge en los beneficios del vino.

Cada habitación – desde la Luxury hasta la Grand Villa – es un mundo, y asegura privacidad, tranquilidad y unas vistas impresionantes de la cordillera. Cuentan con piscina interna y jacuzzi. Cuando oscurece, pueden disfrutar del atardecer desde la azotea de la habitación, donde hay espacio para descorchar una botella de espumante al calor de la fogata. “Para nosotros lo más importante es que quien nos visita se sienta en casa”, asegura Cecilia. Y eso está asegurado en cada detalle. Desde la bienvenida, cuando nos esperaron con jugo de naranja recién exprimido, pasando por el desayuno donde brillan las media lunas, el yogur natural, la miel, las cerezas, las almendras y los pistachos; y la carta de omelettes y huevos al gusto.

El lugar es la calidez de su gente. Cecilia, Martín y su equipo lo saben, lo cuidan y lo transmiten. Eso tiene su recompensa, muy bien merecida.

Bressia

Muy cerca de Cavas está el hogar de la familia Bressia. Liderada por Walter, gran viticultor y enólogo con una amplísima trayectoria en la industria del vino en Argentina. Conversar con él pocos minutos es darse cuenta de que ya cumplió su sueño: tener a toda la familia unida, trabajando en la bodega familiar, apostando a su terroir. Bressia “Mi papá armó la bodega de a poco. Al inicio construyó la cava subterránea que es donde tiene los vinos de guarda más larga y que costó mucho por el trabajo de excavación. Y así fue levantando cada parte hasta terminar”, nos cuenta Marita, la hija mayor, quien se encarga del área de exportaciones. Bressia fue pionero en lograr un vino blanco como Lágrima Canela, un blend elegante, sensual de chardonnay y semillón (50-50) con crianza sobre lías y que luego reposa en barrica algunos meses. Esta referencia fue la antesala para la revolución de los blancos argentinos. Dentro del portafolio se luce también su Cabernet Franc, y un blend potente y equilibrado como el Bressia Profundo. Admiro el tesón de la lucha familiar en unidad. El vino es reflejo de esto; de la calidez y pasión de quien lo hace.

 

Fogón by Lagarde

Lagarde es una de las mejores bodegas, más emblemáticas y antiguas de Mendoza, ubicada en el perímetro más cercano a la ciudad. Mantienen viñedos plantados a principios de 1900, que se encuentran alrededor del restaurante Fogón, donde almorzamos el primer día. Los vinos de esta bodega que regenta la familia Pescarmona desde 1969 y que hoy está a cargo de la tercera generación – las hermanas Sofia y Lucila – son tan emblemáticos como históricos. Fueron pioneros en plantar variedades como el viognier y el moscato bianco. El semillón, que se ha convertido en una de las variedades blancas más apreciadas de Argentina, juega en Lagarde un rol protagónico, pues nace de esos viñedos sabios. De hecho, las poquísimas botellas que aún quedan del Semillón 1942, se lucen en el maridaje del menú degustación del restaurante Central junto a la potencia marina de las navajas, los percebes y el piure. Comer en Fogón es disfrutar la brisa que refresca el sol mendocino pues se ubica en el patio rústico debajo de un árbol casi interminable donde se cobijan algunas decenas de mesas. Tomamos el menú degustación de cuatro pasos que nos presentó una merluza negra con crema de hongos y kale, acompañado por el rosé orgánico que producen de malbec, semillón y pinot noir; seguido por la ternera, junto al Henry Malbec. La temperatura del primer día iba en aumento.

 

Chachingo Wine Fair

Sin querer queriendo, me di cuenta de que la visita a Mendoza coincidía con la III edición del Chachingo Wine Fair, un evento que congrega a decenas de productores de vino de la región. Lo que más me gustó es el ambiente y la puesta en escena. Se realiza en los predios de El Enemigo, un espacio que ya es emblemático en la ciudad y donde Alejandro Vigil regenta junto a su esposa María, la bodega y el restaurante Casa El Enemigo. Llegar allí es entrar en una feria al natural, al aire libre, de campo, algo normal para los mendocinos. Pero para quienes vivimos en la ciudad; esto representa la libertad del vino. Aquí hay espacio para todos, de manera bien diferenciada. Por un lado, estaba el grupo de productores amigos, los petit, los que tienen sus proyectos propios. En el centro el escenario vibraba con música en vivo que aumentaba la energía al avanzar la noche. Pura buena vibra, ambiente relajado, aire fresco, alejado de esa “pose” con la que a veces se relaciona al vino. Enólogos, compañeros y sobre todo, amigos brindando y compartiendo la misma pasión.

 

Pulenta Estate

Es el segundo día. Nos adentramos en el terreno de la familia Pulenta; una bodega conocida y querida en Lima que tiene a Diego y Eduardo Pulenta – cuarta generación – junto a su padre Eduardo y su tío Hugo a cargo. De origen italiano, uno de los vinos que los ha hecho diferenciarse en el tiempo y marcar un estilo es el Gran Cabernet Franc, que ya tiene un espacio bien ganado. El vino nace de los clones italianos que los Pulenta trajeron hace varias decenas de años. Expresivo, intenso, de larga vida y evolución, es uno de los consentidos de su enólogo, Javier Loforte. A pesar de tener una amistad de varios años, aún no había estado en la bodega, así que me sentía emocionada. Y comprobé lo que me decían. Que es una de las mejores bodegas y más bonitas de la zona de Agrelo. Tiene el tamaño justo para mantener su nivel de producción y seguir siendo totalmente funcional. Está pensada en una distribución por naves que se conectan desde el interior. En la superficie se ubica la zona de recepción de la uva que cae de manera natural por gravedad. Al ingresar se van recorriendo las distintas naves. La de fermentación habitada por tanques de acero inoxidable, tanques de concreto y barricas; además de una pieza única que han desarrollado a su medida. Al descender se despliega la próxima nave que alberga sobre todo tanques de concreto destinados a guardar el vino. Aquí reposa. Y a la vuelta casi como una extensión, está el área de barricas, en su mayoría francesas. Ese día fuimos testigos de una cata especial, pues la hicimos dentro de la bodega, en la sala experimental. Nos rodeaban tanques pequeños de acero inoxidable y algunas barricas. Probamos los diferentes componentes del nuevo blend blanco que preparan; a base de chardonnay, viognier y semillón. Tres piezas, cada una vinificada tanto en inox como en barrica para luego hacer el blend. El aroma de frutas del chardonnay, la delicadez floral del viognier y el cuerpo del semillón prometen entregar una linda melodía.

 

Tupungato, la montaña y la cabalgata

En la tarde del segundo día tocaba viajar un poco más y subir. Si bien Mendoza se ubica a unos 800 metros sobre el nivel del mar, la zona del Valle de Uco puede alcanzar los 1400 en Gualtallary. Hacia allá nos dirigimos y dormiríamos en Tupungato Winelands, el proyecto que congrega varios cientos de hectáreas de uvas que se dividen entre diferentes propietarios. Es un lugar privilegiado y bien apartado de la realidad de la ciudad. Silencio, viñedos, caballos, y luego está el hogar de Diego y Maru. Él mendocino, ella de Buenos Aires. Él es el amo de los caballos y regenta desde hace al menos dos décadas Cabalgatas del Alma, dedicado a pasear a los visitantes por la zona, y jornadas más extremas que incluyen el cruce de la cordillera. Ese era uno de nuestros objetivos – no el cruce de la cordillera, mas sí la cabalgata por la zona -. Llegamos casi con la tormenta; así que nos apresuramos y logramos completar hora y media de cabalgata entre viñedos y cerros con algunos atisbos del sol mendocino. En la noche, Maru nos buscó y cenamos en La Matera, una especie de refugio que han acondicionado entre piedras de la zona, al lado de la caballeriza donde cría los caballos. Apenas cuatro mesas conviven en medio de la calidez que entrega la fogata y la atención esmerada de este matrimonio divertido. Ensalada, provoleta, asado, empanadas. Lo justo para alegrar el estómago antes de dormir en una de las casas que alquilan, ubicadas detrás del hotel Auberge du Vin. Privacidad total. Es una especie de villa para unas ocho personas con un jardín y lago interno más parrilla y todas las comodidades para pasar al menos una semana. Al día siguiente la lluvia era inevitable. Abrí los ojos a las seis de la mañana y las gotas caían en la ventana. En apenas dos días vivíamos una realidad completamente diferente.

 

Jardín Altamira – Altos Las Hormigas

Tercer día. Mi amiga Estefanía Litardo de Altos Las Hormigas llegó a recogernos para seguir la ruta y adentrarnos aún más en el terroir profundo de Mendoza. A pesar de lo gris del día y de las nubes que nos seguían como guardianas a nuestro paso, avanzamos convencidas de que llegaríamos a Jardín Altamira, un lugar que aún pocos han visitado. Es la concepción del vino desde el viñedo. Un trabajo de años, al menos cuatro desde que iniciaron el sueño de plantar a partir de la composición del suelo. El trabajo que han hecho junto a Pedro Parra para entender el terroir, decidir qué variedad plantar en cada zona, la excavación interminable de rocas de tamaño humano que conviven alrededor y que nos recibieron a la entrada del viñedo. Estar ahí es ser testigo de una energía única. Es como si el tiempo se detuviera. La temperatura baja, la brisa refresca, y a partir de allí disfrutamos de un arcoíris de rocas; de diferentes tamaños, colores, formas. De las parras sembradas en arbolito en algunas zonas; de lo natural del lugar. “Esto parece el Jurassic Park del vino”, le dije a Estefanía. Son 55 las hectáreas plantadas sobre suelo virgen entre malbec, bonarda y semillón, todas, variedades representativas de Mendoza en cuanto a historia y estilo. Altos Las Hormigas sigue fiel a sus orígenes y a conjugar Italia con Argentina. Los primeros vinos de este viñedo se podrán disfrutar el próximo año, 2020. Por lo pronto, luego de ese auténtico recorrido, catamos unas doce etiquetas de toda la familia; desde el Bonarda espumoso hasta los Appelation y el tinto, ese blend justo entre malbec, bonarda y semillón que da la nota de frescura en cualquier momento. El atrevimiento, la confianza y la autenticidad en el vino tienen su recompensa y su propia voz.

 

Salentein

En toda buena historia siempre aparece un héroe que se atreve a ir por más. Alguien que arriesga porque su deseo de llegar más allá es más fuerte que el miedo. Y en las historias vitivinícolas de nuestra región, esto es un común denominador. El sur se llenó de italianos y españoles que son los que desarrollaron con fuerza la industria vitivinícola. Y en el caso de Mijndert Pon, el holandés dueño de Salentein, fue un poco más raro. Se enamoró de Argentina durante sus viajes por trabajo hasta que decidió que haría una diferencia en ese terroir. Fue pionero al comprar tierras en Valle de Uco, sembrar y dejar un enorme legado de cultura, de vino, de enoturismo, de placer y de crecimiento social en una tierra que en los años 90 parecía casi el lejano oeste. Salentein es parada obligada si van a Mendoza. Y esta fue nuestra última visita del viaje. Comenzamos con el almuerzo en el restaurante – que casi al final de la tarde seguía repleto de visitantes -, donde iniciamos con una terrina de conejo más el espumante Alyda Van Salentein brut nature; sorprendente combinación de pinot noir, chardonnay y pinot meunier. Siguió la clásica y jugosa ternera con el Numina Cabernet Franc, un favorito. Y antes del postre nos apresuramos para realizar la visita a la bodega – la primera diseñada por el famoso estudio Bormida & Yanzon en Mendoza -. Un reto único. El espacio de libertad que se siente al entrar, la vista desde el piso superior a la sala de barricas que se ubica en forma de anfiteatro. Cerramos en la sala de cata que cuida con celo algunas botellas de las más antiguas y añadas especiales. El estilo de los vinos de Salentein es firme, seguro, elegante e imponente. El carácter de este blend Holanda-Argentina entrega grandes resultados.

 

Fuente: Revista Diners por MELINA BERTOCCHI