Sumerge al visitante en un viaje hacia el pasado: desde las araucarias de Darwin, pasando por la ruta colonial a Chile, el cruce de las columnas del Ejército Libertador y el lujoso hotel de 1940.
La maravillosa geografía mendocina no deja de sorprender, ni emocionar. Montañeses amontonados en el valle llevando a cabo nuestras tareas diarias miramos cada día hacia nuestro referente, la cordillera, sus tonalidades, la mayor o menor cantidad de nieve, las luces y sombras que el sol proyecta y que nos hace imaginar cómo estarán esas alamedas de Uspallata, los caseríos de las villas de Potrerillos y soñamos un rato camino al trabajo, que respiramos ese aire puro de altura.
Pero hoy no queremos transportarnos en imágenes mentales, más bien, calzamos zapatillas, mucho abrigo, algo rico para un pic nic y nos vamos a la montaña. El paraje elegido es la Reserva Natural Villavicencio una gema en nuestra prodigiosa tierra, un destino que implica poner la imaginación a trabajar para poder dar saltos en el tiempo y como si usáramos anteojos de realidad virtual, visualizar en este trayecto -que inicia en Canota y desemboca en Uspallata- su fisonomía cuando el mar cubría la zona, o cuando algún gigante dinosaurio se alimentaba de sus plantas tropicales. Pero hay más, tanto más, que necesitamos respirar profundo e iniciar el juego con los sentidos alerta.
Todos a bordo, serán apenas 50 kilómetros desde la ciudad de Mendoza los que nos conducen a un maravilloso rincón que en su extensión, unas 72 mil hectáreas, resguarda ambientes muy diferentes.
Para ser más claros, diremos que aquí hay monte (asciende por el Pedemonte a la precordillera hasta los 1.600 metros) típico de esta región andina, pero también finalizan por aquí suelos muy distintos como el cardonal, ése que ocupa gran parte del territorio de Salta, y que por estos lados sigue las laderas de solana hasta los 2.700 metros de altura.
Como si fuera poco la Puna también dice presente en Villavicencio, pasando los 3.000 m.s.n.m., esa misma área que representa a Jujuy, Perú y Bolivia, concluye en esta reserva. Y quizá el lector se pregunte si estas diferencias pueden notarse, o si es sólo una cuestión de descripciones de libros de geografía, pues sepan que todo aquí está a la vista para quien quiera observar con ojos de explorador.
Es que, en apenas 55 km el camino asciende sin titubear hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar, entre cornisas, vallecitos y caracoles rebuscados, una aventura a la que ni local ni visitante puede negarse.
Todo comienza en el llano
La ruta 52 de arbustos petisos achaparrados y una escarcha que da cuenta del frío de las noches invernales, sube disimuladamente por una recta, las elevaciones en azul y violeta se aprecian a lo lejos. A un lado la Planta de Agua Villavicencio (no recibe visitas) y a poco el Monumento a Canota. Con los festejos del Bicentenario reciente y los datos históricos frescos por los actos escolares, quizá los más pequeños se sorprendan y comprendan la titánica misión de San Martín al cruzar los Andes. Ya que se pasa exactamente por donde lo hicieron las columnas del ejército del héroe nacional.
El Monumento a Canota, esta abertura blanca, que muchos pasan de largo fue muy relevante para la liberación de América.
El 18 de enero de 1817 el Coronel Juan Gregorio de Las Heras partió desde el Campamento Histórico el Plumerillo hacia la Estancia de Canota, donde acampó para luego dirigirse hacia Uspallata. Días más tarde, otra de las columnas a cargo de los generales O’Higgins y Soler, pasaron cerca. La primera sería alcanzada por el general San Martín para cruzar por el paso Los Patos rumbo a Chile.
El ascenso sigue franco aunque casi imperceptible hasta llegar a Vaquerías y al centro de Visitantes donde el frondoso bosque teñido de invierno sugiere la visita guiada, y no se resista. Allí, a través de una amena charla del guía y a través de senderos interpretativos los visitantes se impregnan del valor de esta área protegida.
Las características geográficas, la fauna que habita la zona, la rica flora y los tesoros del corazón cordillerano en una magistral clase al aire libre. Da inicio con un paseo por el Jardín de cactáceas que explica como las especies se adaptan al medio, a las condiciones de suelo y a las climáticas.
Entonces son los cactus los ejemplares para aprender el aprovechamiento del agua, vital para cualquier organismo.
Pronto el Sendero Geopaleontológico, en el que el viajero comprende cómo era el planeta y la zona en las eras Paleozoica; Mesozoica y Cenozoica, como la vida se da lugar y ahora vemos la maravilla de este paisaje de montañas que antes, millones de años antes, fue mar. Los rastros de microorganismos sellados en las rocas, hablan de esos días. Y la actividad planetaria incesante, en la voz del guía, sigue su trayecto con la formación del cordón montañoso, hasta depositarnos en el hoy en un pase mágico. El Sendero de la Quebrada, es otra de las didácticas paradas, en la que las virtudes del agua mineral y termal que nace de estas elevaciones, deja boquiabiertos a los visitantes.
A tan sólo un kilómetro se encuentra el hotel, al que se accede con el mismo ticket que se utiliza en Vaquerías. Es ni más ni menos que el edificio que se ve en la foto de la etiqueta de la botella de agua. Es posible recorrer los hermosos jardines del alojamiento termal que fue inaugurado en 1940. Por aquellos tiempos su belleza edilicia como los lujos a los que sumergía a sus huéspedes eran famosos en el país y en el exterior. Los beneficios del líquido elemento como la exclusividad, eran el imán del paraje. Lamentablemente todo concluyó abruptamente hacia 1978.
La aventura comienza
La ruta a partir del hotel se transforma en un circuito de aventura, los caracoles la fascinación de grandes y chicos que frente a la inmensidad de las laderas y de los precipicios se deshacen en exclamaciones.
La ruta de las 365 curvas o Ruta del año es un camino en muy buen estado y fue la antigua ruta colonial que unía al Puerto de Buenos Aires con el de Valparaíso.
Otra imagen que nos lleva al pasado y a valorar el esfuerzo de aquellos hombres y mujeres que atravesaban los Andes en precarias carretas.
Con ojo atento quizá note algún guanaco o un zorro, y seguramente ve pequeñas aves de altura que se detienen junto al auto. Pero nada de distracciones ya que se transita por cornisas en radical ascenso. Por ello recomiendan que sólo se detengan en los sitios habilitados, ya que otros vehículos transitan en ambos sentidos.
Las curvas se suceden y atrás queda el hotel, y ya casi imperceptible Vaquerías, luego como en una pista de scalextric, los coches que emprenden el sinuoso trayecto, y mucho más atrás en el llano, quedó la ciudad. El antiguo Telégrafo y las Ruinas de los Hornillos (antiguos hornos de fundición de oro y plata construidos por los jesuitas en las Minas de Paramillos) marcan el final de los caracoles, a 2.700 m.s.n.m, pero ni cerca estamos de haber concluido con el periplo.
El Mirador del Balcón es la próxima parada. Se trata de una falla geológica, una enorme grieta de unos 80 metros y sobre ella un balcón para observar la caprichosa formación.
Más tarde se arriba a la Cruz de Paramillos y a pocos metros el Mirador del Aconcagua, un lugar privilegiado para observar al coloso de América.
Un cartel indica que estamos a 3.100 metros sobre el nivel del mar, el punto más alto del recorrido y también el punto final de la Reserva, aunque puede seguir por la misma senda hasta Uspallata, donde más aventuras esperan al borde del camino.
Entre la minería y Darwin
Parte del territorio de la Reserva fue la estancia Canota. Tal es su importancia histórica, que tiene el registro de propiedad Número 1 de la provincia fechado en 1650. Por aquellos días la zona se proyectaba como polo, tanto ganadero como minero. Hacia 1680 arribó el español Joseph Villavicencio quien erigió su vivienda donde está el antiguo hotel.
El hombre bautizó las termas con el nombre de San José de Villavicencio y también inició actividades en minería.
Su tarea consistía en trasladar el mineral en bruto a lomo de mula, hasta el trapiche instalado en su estancia. Un arroyo proporcionaba la fuerza motora para accionar la trituradora y la lavadora del mineral.
Tras su muerte en 1704 la zona queda sin explotación hasta que en 1904, el médico mendocino Luis Funes y el farmacéutico Enrique Suárez, fundan la “Unión Villavicencio S.A.” y comercializan el agua obtenida de los manantiales.
Ángel Velaz es quien funda, en 1923, la empresa Termas de Villavicencio y la conduce hasta su muerte en 1943.
Un dato curioso: En 1924 el gobierno de la provincia obliga a construir un acueducto que conduzca el líquido elemento desde los manantiales hasta la ciudad de Mendoza para que todos los habitantes tuvieran acceso gratuito a ella.
Araucarias de Darwin. Fuera de la Reserva pero dentro del mismo circuito por RP 52, se destaca el Bosque de Araucarias fosilizadas descubierto por Charles Darwin en 1835. Entre el 29 de marzo y el 5 de abril de ese año, el naturalista pasó por Mendoza rumbo a Chile.
En este breve lapso halló, en las proximidades de las explotaciones mineras de Paramillos: araucarias fósiles, dejándolas descriptas en su Teoría de la Evolución de las Especies: “Me encontraba en un lugar en que en otro tiempo un grupo de árboles hermosos habían extendido sus ramas sobre las costas del Atlántico cuando este océano, rechazado hoy a 700 millas de distancia (1.226 km), venía a bañar el pie de los Andes”.
Sobre la reserva
La Reserva Natural Villavicencio fue creada por un acuerdo entre Aguas Danone de Argentina (ADA) y la Dirección de Recursos Naturales Renovables dependiente de la Secretaría de Ambiente y Ordenamiento Territorial del Gobierno de la Provincia de Mendoza con la Resolución número 1065 del año 2000 e incorporada a la Red de Áreas Naturales Protegidas de la provincia.
La Reserva pertenece además a la Red de Refugios de la Fundación Vida Silvestre Argentina (FVSA) desde el año 2008 y es miembro pleno de la Red Argentina de Reservas Naturales Privadas (RARNAP), constituida desde el 2014. Además, el Hotel Villavicencio –emplazado dentro de la Reserva- fue declarado Monumento Histórico Nacional en el año 2013 (Decreto Nacional 784/13).
Consejos útiles
No olvidar consultar el estado del tiempo antes de emprender su visita a la Reserva Natural Villavicencio, como las condiciones del camino con el equipo de guardaparques (la ruta sólo se encuentra pavimentada hasta el hotel).
Prever contar con combustible suficiente (no hay estaciones de servicio en las inmediaciones).
No perturbar ni alimentar a la fauna del lugar.
No ingresar con mascotas.
Respetar la señalización establecida y las indicaciones dadas por el personal.
Colocar la basura dentro de los recipientes identificados para ello. Si no los hay recuerde llevarse consigo todos sus desechos.
Asadito sí, pero ¡cuidado con el fuego! Encienda fogatas únicamente en las áreas designadas.
Tome y lleve consigo únicamente fotografías y recuerdos. No extraiga muestras de rocas, animales, plantas o restos arqueológicos.
Evite fumar. En los lugares donde sea permitido apague bien el cigarrillo y llévese el filtro, para prevenir riesgos de incendio.
Horarios: hasta el 7 de agosto de lunes a viernes 9:30 a 18. Sábados y domingos de 9:30 a 18:30. (Las salidas de las visitas guiadas son cada media hora).
Temporada Baja: A partir del 8 de agosto los días de apertura serán de miércoles a viernes 9:30 a 18. Sábados y domingos de 9:30 a 18:30.
(Las salidas de las visitas guiadas serán cada una hora).
El ticket de ingreso incluye dos visitas guiadas: Centro de Visitantes Vaquerías, con los senderos interpretativos y Hotel y alrededores, balcones, capilla y jardines. Se conoce la historia del lugar y las características arquitectónicas del mismo. Cada visita dura aproximadamente 40 minutos.
Te proponemos realizar esta magnífica excursión a bordo de cómodos ómnibus, podés optar por ir a pasar media jornada sólo para conocer Villavicencio o bien hacer el circuito completo de Alta Montaña, pasando por la ruta de caracoles, te esperamos!
Fuente: Los Andes y Reserva Natural Villavicencio